Saturday, March 10, 2012

El gato viejo se despereza y se apresta a desenvainar sus uñas para lanzarse en pos de otro gorrión o rata, quizás los últimos

Jorge Etcheverry

En la sempiterna mesa del restaurante o café el viejo que repasa sus anécdotas. Las interlocutoras ya se las saben todas de memoria pero se ríen en los momentos clave—mencionan de paso que ya lo han oído todo una y otra vez. Rebusca en el cajón de sastre o cartera de mujer de la memoria el suceso inédito y se da cuenta de que tienen que pasarle otras cosas para poderlas contar. Como un nido repleto de huevos en cuya entraña tiemblan los nuevos eventos en coro llamando a la acción “ mira hombre, todavía te queda un poco de cuerda en la cañuela, te puedes desplazar sin bastón por esas calles de dios o del diablo, métete en bollos, en líos diversos para después poder contárselo a la gente. Incluso en novelas escritas no hace mucho se describía a los viejos como fulanas y fulanos apenas encaramados en los cincuenta que tú dejaste atrás hace rato. Aprovecha tus genes. Lánzate de nuevo a la vida, a la historia—todavía llena de impredecibles que buscan acomodo. Mira las noticias por la tele. Date una vuelta por el Centro de la Ciudad y vuelve a insertarte—en la medida de tus posibilidades—en el ajo, el teje y maneje. Como un pájaro con alas un poco gastadas y deslucidas trata de levantar el vuelo otra vez, hombre, para que puedas volver por un rato y si todo sale bien a contárselo a las interlocutoras del lado opuesto de la mesa”.

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